Perdonadme, científicos, porque he pecado

[NOTA: esta entrada es una traducción libre de un artículo original publicado por Adam Ruben en Science Career Magazine]

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Hay algunas cosas que necesito confesar. Esto no es fácil de decir, pero tras trabajar como un científico de verdad, doctorado hace 6 años, siento que finalmente es el momento de sincerarse: a veces no me siento un verdadero científico. Aparte del hecho de que hago ciencia todos los días, no comulgo con la imagen (mi imagen) de lo que es un científico y cómo estos deberían pensar y comportarse. Me refiero a lo siguiente:

No me siento en casa a leer artículos los fines de semana.

Me he saltado charlas en conferencias científicas con el fin de socializar.

Recuerdo aproximadamente el 1% de la química orgánica que aprendí en la universidad. ¿Calculo multivariado? Incluso menos.

He estado seguro de que el becario de 22 años sabe más que yo de ciertas materias.

He evitado el contacto visual con estudiantes ansiosos al pasar por sus trabajos en sesiones de póster.

Frecuentemente discrepo cuando alguien describe la investigación como «emocionante». Interesante, tal vez, pero hay un gran paso de interesante a emocionante.

A veces veo brillar la hierba tras la ventana del laboratorio y me doy cuenta de que preferiría estar fuera al sol.

Me he ido a casa a las 5 p.m.

He hecho preguntas en seminarios no porque quisiera saber la respuesta, sino porque quería demostrar que estaba prestando atención.

Nunca he inventado o falseado datos intencionadamente, pero me he esforzado en presentar datos de la manera más convincente, antes que rigurosa.

He fingido saber de qué estaba hablando.

A veces tomo decisiones basadas en la superstición, pero las disfrazo como tradición o preferencia inexpugnable.

Me gustan las artes liberales.

Cuando un investigador visitante realiza un coloquio, la mayoría de veces no entiendo de lo que habla. En ocasiones esto pasa incluso con investigación con la cual debería estar familiarizado.

He disfrutado las consecuencias del inflado de notas.

Me he llamado a mí mismo «doctor» porque suena impresionante.

Me aterroriza solicitar financiación. En primer lugar, detesto el hecho de que los científicos necesiten agachar la cabeza y rascar financiación, pero más que eso, odio la selección de datos, los aires de grandeza sin fundamento y las exageraciones sobre las aplicaciones para el mundo real que estas solicitudes parecen requerir.

He llevado a cabo investigaciones que no consideraba importantes.

Durante el posgrado, una vez dejé de apuntar los datos en la libreta de laboratorio durante un mes. Me dije que podría recuperar los datos perdidos a partir de post-its, trozos de papel y geles medio secos, pero nunca pude.

No me creo todos los consensos científicos.

Imagen original de Hal Mayforth.

No me fío totalmente de la revisión por pares.

Cuando pregunto a otros científicos por su investigación, afirmo y les digo que es muy interesante, aun cuando no la entiendo en absoluto.

Nunca me ha interesado Star Wars.

He lamentado públicamente mi ignorancia en ciertos temas científicos, pero no he hecho nada para remediarlo.

He identificado procesos en protocolos de laboratorio que podían ser mejorados, pero no los he optimizado.

Me he preocupado más de los elogios que del contenido.

Si pudiera delegar mi trabajo de laboratorio a un robot, lo haría sin dudarlo. Luego me quejaría de tener que mantener al robot.

Durante el examen oral de postgrado me quedé en blanco ante una pregunta que hubiera encontrado sencilla en el instituto.

No puedo nombrar cuatro artículos del laboratorio donde pasé mi posgrado, pero puedo describir con detalle nuestra entrada anual en la Competición de postres de la fiesta del Departamento de Biología.

He fingido estar familiarizado con publicaciones científicas que no he leído.

He comunicado a otros mis convicciones con certeza para más tarde ver esas convicciones invertidas.

He matado 261 ratones de laboratorio, uno por accidente incluido. En el proceso, no he aprendido nada que pueda salvar una vida humana.

No puedo emocionarme con la investigación a la que algunos de mis amigos y colegas han dedicado su vida.

No puedo leer la mayoría de publicaciones científicas a menos que les preste mi total atención, generalmente con una ventana del navegador abierta para buscar términos en Wikipedia.

Permito que Internet me distraiga.

He leído varias de las novelas de Michael Crichton.

He cogido comida de eventos a los que no atendía y recolectado material de proveedores con los que no hablo.

He utilizado palabras científicas grandilocuentes para parecer importante ante colegas.

He utilizado palabras científicas grandilocuentes para parecer importante ante estudiantes.

He utilizado palabras científicas grandilocuentes para parecer importante ante mi hija de 3 años.

A veces evito alimentos que contienen elementos que la ciencia ha demostrado inanes sólo porque la etiqueta de la alternativa lleva dibujado un árbol.

He suspendido miserablemente exámenes de la materia que he escogido estudiar.

Poseo una gran cantidad de manuales de ciencia que apenas he utilizado. Los he guardado «como referencias», aun cuando sé que nunca los usaré de nuevo. Pretendo mantenerlos «como referencias» hasta que muera.

He abandonado experimentos porque no mostraban resultados de forma inmediata.

No poseo ninguna corbata geeky-científica.

Quiero gustarle a todo el mundo.

He conocido catedráticos que celebran cumpleaños importantes organizando seminarios sobre su campo de estudio durante todo el día. Para mí, no hay forma menos atractiva de pasar un cumpleaños.

A veces me parece que la ciencia está formada por la misma política, insignificancia y ridiculez que es´ta detrás de cualquier otro trabajo.

Condeno la representación de científicos en las películas y luego pago para ir a ver películas con científicos en ellas.

He trabajado como profesor asistente en asignaturas de las que no entendía el contenido.

He enseñado hechos y técnicas a estudiantes que había aprendido el día anterior.

Encuentro la ciencia difícil.

Tengo ilusiones con que la gente lea esta confesión y aplaudan mi valentía por desenmascarar un miedo universal.

Temo que la gente lea esta confesión y me expulsen airadamente de la ciencia, la cual me encanta.

Me he sentido como un fraude no una vez, sino con tal regularidad que genuinamente me pregunto si alguien más se habrá dado cuenta de que no pertenezco a ella. Estoy seguro de que un día llegaré al trabajo y mi jefe pondrá un examen básico de química orgánica, el cual suspenderé, y él responderá «eso pensaba».

Sé que he llegado a donde estoy por ser privilegiado, tener buena suerte y las circunstancias. Todo lo que he logrado genuinamente no podría haberlo conseguido sin esos precursores.

El mes pasado, hice una charla delante de cien postdocs en el Instituto Nacional de Diabetes y Enfermedades Gástricas y del Riñón. Preguntándome hasta qué punto me encontraba solo en mi engaño, me decidí y pregunté: «¿Cuántos de vosotros disfrutan de verdad haciendo trabajo de laboratorio?» Hay que tener en cuenta que estas son personas que han desarrollado este trabajo durante diez años o más, que iban a pasar esa misma tarde en la bancada, y que estaban forjando su carrera activa y fervientemente haciendo tareas de laboratorio.

Total de manos alzadas: tres.

No puedo ser el único científico que se siente como un fraude. Pero no hablamos de ello. Nadie se presta voluntario para proclamar su ineptitud. De hecho, los científicos se toman muchas molestias para disfrazar lo poco que sabemos, lo inseguros que nos sentimos y cuánto nos preocupa que los demás lo sepan. El resultado es un laboratorio lleno de colegas que parecen tan condenadamente confiados que es imposible. «Esos son los verdaderos científicos», nos decimos a nosotros mismos. «Pueden seguir un seminario entero. Leen artículos por placer. sus errores sólo les llevan a cuestiones más interesantes. Recuerdan toda la química orgánica». No prestéis atención al hombre tras la cortina.

Quizá la idea de la ciencia sea más fácil de abrazar que las minucias de la misma. O quizá la apariencia de profesionalismo es importante para proteger la integridad y autoridad de los investigadores. Quizá sea una forma de escaqueo.

Sólo sé esto: a veces me siento un fraude. Quizá no haya problema en eso, en tanto que no sea el único. Así que, ¿alguien más?

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3 comentarios en “Perdonadme, científicos, porque he pecado

  1. Pues yo discrepo un poco, quizá porque no tengo ninguna imagen de «cómo debería ser» un científico o no me he parado a pensar nunca en qué debería cumplir ciertos requisitos para ello. Coincido en que tiene razón en algunas de sus críticas, otras me parecen absurdas (véase: ‘He utilizado palabras científicas grandilocuentes para parecer importante ante mi hija de 3 años’… ¿hola?). La ciencia es un trabajo, duro, constante, vocacional, que requiere entrega y pasión, porque te tiene que gustar MUCHO para trabajar en ella, ya que conlleva esperar resultados a largo plazo, y eso… es duro; pero sobre todo es necesaria. Y no veo que sea incompatible con por ejemplo, «perrmitirse distraerse con internet» (me parece un ‘ego-top’, el tema de: permito que internet me distraiga), considerar difícil la ciencia (yo no dudo que lo es) o celebrar tu cumpleaños sin seminarios como celebración (dios me libre).
    Y, sorprendentemente… Me siento más científica después de leer esto, la verdad, no me metí jamás en ciencia por su «grandeza» (no sé qué es eso), empecé en segundo de carrera (hace 9 años ya) a coquetear con ella, y después de mucho «hijoputismo» a varios niveles, acabé creyéndome «acientífica»… Gracias Ernie, por el artículo que me ha hecho ver que soy más de lo que creo!

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    • Pues menos una o dos… Jajaja =b.

      En serio, creo que tiene mucha razón y es una muy buena crítica. Parte del encanto del mundo de la ciencia viene por ese halo de grandeza que se ve desde fuera. Una vez dentro, queriendo o sin querer, te es envuelto más veces de las que recuerdas en situaciones que perpetúan esa imagen. La gente se mete en ciencia por las grandes ideas, no porque le flipe pasar 8 horas pipeteando en un taburete sin respaldo; o repetir, repetir y repetir experimentos.

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